Corsario

Corsario


Cámara Nikon D200
Exposición 0,02 sec (1/50)
Aperture f/4.5
Lente 75 mm
Velocidad ISO 100
Tendencia de exposición 0 EV



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Hasta el siglo XIX, la actividad corsaria estuvo siempre a cargo de particulares que armaban buques una vez obtenida la patente de corso y recuperaban la inversión con el botín obtenido en las presas capturadas y los rescates por pasajeros de importancia. El corsario estaba limitado en su acción por la patente, pudiendo sólo capturar mercantes de determinados países y teniendo que repartir botín y rescate con el Estado en muchas ocasiones. Esta es la principal diferencia con el pirata, que atacaba cualquier buque sin tener que rendir cuentas a nadie. Francis Drake es un buen ejemplo de esa época.

Aunque la actividad corsaria ya se practicó en la Antigüedad, el auge de los corsarios tuvo lugar entre los siglos XVI y XVIII. Durante este periodo todas las potencias navales europeas empleaban sistemáticamente a los corsarios para entorpecer el tráfico de sus rivales con las colonias como complemento a su flota militar regular. Los últimos actos corsarios tradicionales tuvieron lugar en el siglo XIX durante la guerra de Cuba.

Posteriormente se mantuvo la denominación de corsarios o Buques-Q para aquellos buques pertenecientes a marinas de guerra regulares que entorpecían el tráfico mercante enemigo. La principal actividad de este tipo fue la protagonizada por los alemanes durante ambas guerras mundiales con medios submarinos principalmente. También los Estados Unidos emplearon esta estrategia contra Japón en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial con su flota submarina. En este caso no existía botín y los corsarios se limitaban a hundir los mercantes enemigos.

Antes del desarrollo del derecho internacional entre las naciones europeas, no había ningún recurso al que acogerse para obtener satisfacción tras sufrir pequeños agravios. Los corsarios se empleaban para resolver estos asuntos sin entrar en guerra abierta. El gobierno de un país proporcionaba una patente de corso al propietario de un barco que le permitía armar su barco y atacar a otros barcos que navegaran bajo una bandera particular. A cambio, recibían una porción del botín, yendo a parar el resto a las arcas del gobierno, lo que subsanaba el agravio.

Para el país objetivo, el corsario era prácticamente igual que un pirata (en ocasiones los corsarios acababan siendo piratas), y además esta era la intención. La única diferencia era que los piratas estaban proscritos en todas las naciones, mientras que los corsarios tenían inmunidad legal en el país que les contrataba, y se les consideraba prisioneros de guerra si eran capturados por otros países. Los corsarios a veces recibían el nombre de «piratas caballeros». Algunos corsarios recibían también el encargo de cazar a otros corsarios, mientras que en ocasiones los corsarios incurrían en la piratería -sin que se lo encargasen- si entraba en sus planes.

Los países europeos renunciaron a contratar corsarios en la Declaración de París de 1856. Otros países, como los Estados Unidos, renunciaron a estas prácticas más tarde, durante las Convenciones de La Haya (1899/1907).

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